El orden judicial en el Antiguo Egipto se ejercía mediante penas que dependían del propio delito cometido. Por ejemplo, la pena más común era el encarcelamiento que muchas veces era fusionado con los trabajos forzados. Sin embargo, otro castigo que podía ejecutarse, era la supresión del nombre de la tumba del acusado, lo que se consideraba una gran fatalidad, ya que el nombre era uno de los diez elementos que constituían el ser humano, y borrarlo suponía condenarlo al olvido eterno.