Tras la muerte física como seres humanos, los antiguos egipcios creían que el alma del difunto debía comparecer en el Juicio del Peso del Alma, en el que el difunto debía responder con 42 negativas a las preguntas de 42 dioses, uno por cada nomos o provincia de Egipto. Aquellos que no podían superar una prueba tan exigente eran condenados a ser devorados por el cocodrilo Sobek y sufrían la tan temida “segunda muerte”. Los justos que superaban el Juicio podían disfrutar de una existencia plena más allá de la muerte, en el Dat o Duat, el lugar del cielo a donde iban los bienaventurados.