El Faraón era considerado la encarnación terrenal del dios Horus, mitad halcón y asociado al Sol naciente. El Faraón era el dueño de Egipto, de todos los demás mortales y como tal, sostenía el orden cósmico. Dicho orden quedaba garantizado y el poder del rey era legitimado mediante la obligación real de ejercer la Maat, una complejísima forma de justicia que incluía garantizar la felicidad de su pueblo.